Dios juzga el pecado

Samuel, el joven de la última sesión, fue el último juez de Israel. También fue un sacerdote entrenado y profeta. Mientras los jueces (hombres y mujeres que Dios usó como libertadores y administradores de justicia en tiempos de paz) sirvieron, a menudo el pueblo de Israel siguió los caminos pecaminosos de sus vecinos. Debido a esta situación, Dios permitió que los israelitas fueran oprimidos hasta que se arrepintieran y regresaran a Él. Entonces Dios los liberaba a través de un juez que Él mismo levantaba. Después de siglos de vivir en ese ciclo, el pueblo se cansó de la opresión de sus enemigos. Sin embargo, en vez de comprometerse a seguir al Señor con todo su corazón y confiar en Él para alejar a sus enemigos, ellos quisieron resolver el problema a su manera, pidiendo a Samuel un rey. El libro de Jueces termina con esta triste declaración: «En esos días, Israel no tenía rey; cada uno hacía lo que le parecía correcto según su propio criterio» (Jueces 21:25, NTV).

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